El sacrificio de la Fragata Essex
ESTE es un suceso noble, característico de las guerras de otros tiempos, en que los hombres combatían con pundonor e hidalguía. Ocurrió frente a Valparaíso en 1814 y sus protagonistas fueron las fragatas "Phoebe" y "Cherub", de Inglaterra, y la "Essex", de los Estados Unidos. Singular combate en que se entremezclaron la mas fina cortesía y la crueldad mas despiadada.
El 8 de febrero de 1814, el gobernador Francisco de Lastra estaba en su oficina de Valparaíso cuando llegó ante él un oficial del puerto, presa de las mas violenta agitación.
--Señor Gobernador --Le Informó --, en este momento entran a la bahía dos naves de guerra británicas: la "Cherub", de dieciocho cañones y la " Phoebe", de treinta y seis.
--¡Santo Cielo! –fue todo lo que pudo exclamar el gobernador.
Pero ¿Cuál era la causa de su espanto? Una sola, simple pero grave. Desde hacía un mes en el puerto, reparando sus averías y aprovisionándose, la fragata norteamericana "Essex", que acababa de terminar un crucero de once meses capturando y hundiendo barcos ingleses. La guerra entre las dos poderosas naciones estaba en pleno ardimiento y era lógico pensar que las naves inglesas no se moverían de la entrada del puerto hasta hundir a la norteamericana, aunque tuvieran que esperar un año entero a que saliera de las aguas neutrales chilenas.
Esto creaba un grave problema al gobernador. Bien difícil sería evitar que se produjeran incidentes entre ellos, máxime cuando los marinos de los tres barcos tenían autorización para bajar a tierra.
Don francisco de la Lastra mandó llamar apresuradamente al cónsul norteamericano Joel Robert Poinsett, que se encontraba en Santiago. En realidad, había motivos para alarmarse. Comandaba la fragata norteamericana el bravo comodoro George Porter, gran amigo de los Carrera, que estaban en el poder, y su nave había capturado a doce balleneros ingleses y hundido a otros tantos. Indignado, el almirante británico había enviado a la "Phoebe" y la "Cherub" con la misión especifica de encontrar u hundir a la "Essex".
Ya en los primeros días, estando el cónsul Poinsset en Valparaíso, se produjeron los primeros roces. El comandante de las naves inglesas, comodoro Hillyar, era un marino pundonoroso, héroe de corbata blanca, como se solía decir. Pues bien, al llegar al interior del puerto, se acercó galantemente a la fragata "Essex" y preguntó con su bocina por la salud del comodoro Porter. Un gesto muy hidalgo, por cierto. Pero las naves se aproximaron tanto que los penoles de la "Phoebe" se enredaron con los estayes de la "Essex" y casi se produjo un sangriento abordaje, pues las dos tripulaciones se trenzaron en unas retahílas de insultos y amenazas realmente impresionantes.
El gobernador de la Lastra invocaba a todos los santos para que los marinos antagonistas respetaran la neutralidad de las aguas chilenas y no se empeñaran en una batalla dentro de la bahía, sino que esperaran a estar a mas de una legua mar adentro.
Sin embargo, el cónsul Poinsett no le daba seguridad alguna.
--Ambos comandantes son unos caballeros—decía--, pero, cuando los ánimos están encendidos, basta una simple chispa para hacer estallar el polvorín.
Durante cuarenta días, los tres buques estuvieron acechándose en un constante reto. Los yanquis cantaban todas las noches desde las flechaduras de sus velas el "Yankee Doodle" y los ingleses les respondían con el "God Save the King". Luego venían los improperios y las amenazas. De día se hacían los retos por semáforo con banderas.
De esta forma, el clima iba poco a poco caldeándose, aunque ambos adversarios guardaban aún los miramientos que debían a la nación neutral cuyo puerto ocupaban. Otro tanto ocurría en los encuentros en tierra. Hubo una oportunidad en que el comodoro Hillyar y el comodoro Porter se encontraron en una recepción, en la casa del gobernador De la Lastra.
--¿Cómo está usted, señor comodoro? –lo saludó con distinción británica el jefe de la "Phoebe"--. Confío en que su permanencia en este encantador puerto le haya sentado bien.
--En realidad, me ha hecho muy bien –le respondió el comodoro Porter--. Usted comprenderá: después del abrumador trabajo que he tenido en once meses de navegación…
Se refería claramente al tiempo que llevaba hundiendo barcos británicos; pero el inglés mantuvo su flema.
--Un trabajo abrumador, pero provechoso, ¿No es verdad señor comodoro? –Comentó con acento zumbón, y agregó sonriendo --: Es una lastima que esta deliciosa vida tenga que terminarse algún día. Hay que enfrentarse con la dura, la inevitable expiación.
El comodoro Porter rió suavemente. --¿Inevitable dice usted? ¿Por qué?... Yo puedo evitar toda clase de expiación hasta el fin de mis días.
--No puedo menos que desearle buena suerte, comodoro –prosiguió el inglés--, aunque por lealtad que le debo a mi bandera, y por mi vanidad personal, tengo que deseármela a mi también.
Desgraciadamente, parece que ambas cosas se contraponen, ¿no cree usted?
Desgraciadamente, parece que ambas cosas se contraponen, ¿no cree usted?
--¡Oh, no se preocupe usted por escrúpulos de conciencia! –lo tranquilizó con fina ironía el norteamericano --. Usted me desea buena suerte a mi, yo selo deseo igual a usted y todo queda arreglado. ¿Qué tal?...
La guerra no había perdido del todo sus hábitos caballerescos; no se habían inventado la ametralladora y las bombas, y todavía se usaba saludar al adversario. Pero en este caso los buques ingleses y norteamericano llegó el momento en que se terminaron los saludos: iba a hablar el cañón.
Un día el comodoro Porter comprendió que no podía permanecer indefinidamente inmóvil y preparó todo para arrancarse a la hora del crepúsculo, aprovechando los vientos de febrero. Confiaba en su nave que era mas velera que las inglesas, y en la sorpresa de una salida inesperada. Todo era cuestión de cargar las velas en el momento oportuno y lanzarse al mar. Si lograba doblar el cabo de Punta Gruesa, estaba salvado. Los ingleses no lo alcanzarían.
Pero el comodoro Hillyar había tenido el mismo pensamiento y mantenía a sus vigías continuamente alertos, observando todos los movimientos en la cubierta enemiga.
Palidecía la tarde, cuando Porter dio la orden de zarpe. Todos los mástiles de su nave se cargaron de velas y la proa dio un vigoroso envión hacia adelante. Pero antes de que las velas se hincharan con el viento, ya los dos barcos ingleses ya habían izado también las suyas y se interponían amenazadores en la boca de la bahía. Dos o tres veces, en la semana siguiente, la fragata "Essex" intentó escapar de ese modo, pero siempre encontró en su camino a los buques ingleses. Hasta que el 28 de marzo el comodoro Porter descubrió que a la hora de la siesta los ingleses dormían. Sigilosamente se dirigió a su segundo y todos los tripulantes encargados de la arboladura y les expresó nerviosamente:
--¡Esta es la nuestra! Parece que todo el mundo está durmiendo en la "Cherub" y en la "Phoebe". Se ve muy poca gente sobre las cubiertas. ¡Arriba todas la velas! ¡Vamos a salir pegados a la costa, tan ceñidos como un cinturón!
Con la rapidez que se iza un gallardete subieron las velas de la "Essex" hasta llenar los palos, y la nave, aprovechando un fuerte viento sur, se abalanzó hacia el cabo de Punta Gruesa.
Alcanzaron a moverse sin ser advertido durante uno o dos minutos, pero de súbito empezaron a resonar los silbatos de los contramaestres de las naves inglesas, y sus cubiertas se llenaron de marineros.
No obstante, parecía que la pequeñísima ventaja bastaba a la "Essex". Había puesto proa al norte y rebasaba ya la línea de posible intercepción de la "Cherub". El comodoro daba saltos en su torre de mando y se reía a carcajadas. Iban a doblar Punta Gruesa avanzando a todo trapo. Pero el mismo viento que los favorecía, sería la causa de su quebranto. Al asomarse al filo del promontorio, en la boca de la bahía, el viento, cuya violencia ya no amortiguaba la Punta de Ángeles, el otro extremo e la ensenada, cogió de lleno el velamen desplegado y tronchó el mastelero del palo mayor. Inútilmente, el comodoro trató de hacer arriar el sobrejuanete y el juanete. Ya era tarde. Todo el velamen superior con su correspondiente cordaje cayó abatido, enredándose en las jarcias y las flechaduras de los estayes. La confusión fue terrible y el barco perdió el control de su andar.
Las fragatas inglesas se abalanzaron sobre la "Essex" y, olvidándose de la neutralidad de las aguas territoriales chilenas y toda la cortesía anterior, la colocaron el foco de sus fuegos y la barrieron a cañonazos. Durante dos horas dispararon setecientos proyectiles sobre su casco acribillado desde los primeros momentos.
Los yanquis se defendieron como leones y de ello fueron testigo los habitantes de Valparaíso, que coronaban los cerros y aplaudían los cañonazos que acertaba la casi inerme fragata norteamericana.
El cónsul Poinsett acudió a la carrera a la gobernación y gritó a don Francisco De la Lastra:
--¿Oye usted, señor gobernador? ¡Los ingleses cañonean a mansalva a la fragata "Essex" dentro del puerto! ¡Esos barbaros violan impunemente la neutralidad de Chile! Ordene usted que la batería del fuerte Barón cañoneen a esos condenados.
El señor De la Lastra se encogió apesadumbrado:
--No puedo expresar de ese modo la protesta de Chile en nombre del derecho internacional, señor –confesó --. El caso es que… no tenemos artilleros que sepan disparar esas piezas…
Nada había que hacer. El combate empezó alas 4:40 horas de la tarde y termino a las 6:20. En ese lapso la "Essex" perdió ciento cincuenta y dos hombres de los doscientos cincuenta y cinco que componían su tripulación.
De los que se salvaron, cuarenta ganaron a nado la playa, que estaba a poco mas de un cable de distancia. Todos sus oficiales perecieron. Solo el teniente Knight acudió a su puesto al último llamamiento del comodoro Porter. Después, las propias balas enemigas cortaron las drizas de las banderas y el barco quedó rendido.
Cuando el oficial inglés comisionado para tomar posesión de la "Essex" piso la cubierta de la fragata se tambaleó por el horror. En un cañón estaban amontonadas hasta tres remudas de artilleros, muertos, despedazados. El comodoro Porter se veía empapado en la sangre de sus hombres.
Los marineros que, heridos y quemados, salvaron nadando, fueron recogidos y atendidos caritativamente por las mujeres de la vecina caleta de Viña del Mar, especialmente por las dueñas de la hacienda Las Siete hermanas, las señoras Micaela y Juana Carrera. Ellas personalmente lavaron las heridas y aplicaron las vendas, confirmando una vez la abnegación que ha distinguido a las mujeres de Chile en los azares de la guerra. El recuerdo del heroísmo del comodoro Porter y sus marinos no se ha olvidado jamás.
POR JORGE INOSTROZA
QUE PARTICIPACIÓN TUVO EN ESTE COMBATE EL MARINO YANKEE DAVID JEWETT QUE FUE CONTRATADO POR CARRERA CON EL GRADO DE CORONEL PARA SERVIR A CHILE?
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